Reflexiones sobre la guerra a partir de un videominuto

El 5 de marzo del 2014, Save the Children [1] publicó un video en Youtube que al día siguiente de su difusión tuvo más de un millón de reproducciones. ¿Por qué este video se hizo viral en internet en tan poco tiempo? Se observan dos motivos: porque la persona que lo mira por primera vez lo hace una segunda y una tercera; y porque el audiovisual refleja con crudeza y naturalidad cómo la infancia de una niña puede ser ennegrecida por una guerra.

Este video no transmite una única reflexión sobre la guerra, es decir, “sólo porque no esté pasando aquí no significa que no esté pasando” [2]. El audiovisual va mucho más allá: toca el alma del internauta y le deja un sabor amargo en su boca. Le hace ver lo absurdo de un conflicto armado: familias desmembradas, detonaciones sorpresivas, escondites clandestinos y enfermedades; y lo sitúa inmediatamente en los zapatos de esa niña que tiene que lidiar con “asuntos de grandes”. Le hace pensar en la palabra guerra.

De todos los inventos que creó el ser humano, la guerra es el peor de todos. Nunca sabremos cuándo se creó, ya que existe desde que habitaban los pueblos originarios. Sin embargo, se reinventa cada vez que dos o más naciones (deberíamos decir gobernantes) no logran entenderse a través del diálogo, cual padres en un divorcio. Y los resultados son los mismos: si bien dos partes se sienten afectadas por el acuerdo de separación, los que más lo padecen son los que están en el medio: los niños, los inocentes, los civiles, los que no tomaron la decisión de entrar en conflicto armado. Pensemos en las Guerras Mundiales, ¿cuántas vidas fueron sacrificadas sin pedirlo? Y en la Guerra de Malvinas, ¿cuántos chicos de dieciocho años dieron su adolescencia y su vida en pos de los intereses de los militares? Los atentados a las Torres Gemelas, a la Embajada de Israel, al edificio de la AMIA, Hiroshima y Nagasaki… siempre, pero siempre, los que pagaron los platos rotos fueron los civiles, mientras los que habían tomado la decisión se refugiaban entre custodios y vidrios a prueba de balas.

Es por eso que la guerra es más civil que política. Los daños que reciben los habitantes de los países son irreparables: económicos, físicos y psicológicos, como sucede con la niña del video. Los combatientes son obligados a dejar a sus familias atrás y a sacrificar su futuro para actuar a merced de las decisiones de los gobernantes; y los ciudadanos conviven con el miedo de perderlo todo: sus pertenencias, sus seres queridos y su vida. Son rehenes de la guerra, están atrapados y amenazados en un lugar hostil para obligar a la otra parte su rendición.

El video de Save the Children nos hace pensar en la palabra guerra. Nos da escalofríos, porque es sinónimo de injusticia, destrucción, desolación y disgregación. Y aún peor: guerra siempre significa muerte.

Pero shh, que quede entre nosotros.


[1] Save the Children es una organización no gubernamental fundada en 1919  por Eglantyne Jebb (quien, a su vez, fue la que elaboró la primera Declaración de los Derechos del Niño) para ayudar a los millones de niños refugiados y desplazados diseminados por Europa después de la Primera Guerra Mundial.

[2] “Just because it isn’t happening here doesn’t mean it isn’t happening”

Jubilados que no entienden nada: el hitazo del verano

Las campañas publicitarias en Argentina, históricamente, siempre tuvieron picos altos durante el verano. Propagandas de cervezas, de gaseosas, de líneas telefónicas lograron aclimatar el hogar, y le otorgaron a los más tímidos temas para conversar. Incluso, haciendo un poco de memoria, podemos acordarnos de “La llama que llama”, la canción de clavar la sombrilla, la boda de los González y los García…

Ya casi finalizado la temporada de calor, podemos hacer un balance de los spots que recorrieron las pantallas argentinas. “Ponete el cinturón”; «¡Vamos Manaos!», el chiste del veneno para cucarachas; todas ellas quedaron (y seguro quedarán) en la memoria del televidente. Sin embargo, durante el verano, se transmitió una propaganda que llamó la atención del espectador no por su mensaje, sino por la forma en la que refleja una situación tan cotidiana como hacer las compras.

El siguiente spot apareció en la televisión a principios de febrero. En este, se observa a una jubilada comprando en un supermercado, al mismo tiempo que verifica en una lista los Precios Cuidados:

Más allá del mensaje que este spot quiere transmitir (es decir, anunciar una política nueva) y de si ésta es buena o no, y más allá de que esto sea una actuación, la publicidad no deja de generar en el espectador escozor y miedo. Según lo visto, un/a jubilado/a promedio lo dice casi todo en diminutivo (carrito, listita, revistita) como si tuviera una imposibilidad cerebral para hablar como un adulto. Además, apenas puede escribir o leer bien una lista de compras (la jubilada del spot no sabe si escribió jabón o jamón) como si le fallara la memoria, o como si el analfabetismo la hubiera atacado a la noche cual gripe al desabrigado. Casi al final, la actriz saluda a los cajeros con un “hola chicos” tímido, como si fuera un nene de cuatro años que le habla al colectivero. Hablemos en serio, ¿realmente ese es el estereotipo de un jubilado promedio?

Los abuelos son adultos mayores, no pánfilos. Hasta en la Antigüedad eran considerados sabios por la experiencia que llevaban consigo. Que tengan achaques no significa que no puedan tener dignidad, que no puedan discernir, que no puedan hablar con propiedad y adultez. Tengan la edad que tengan, estén en las condiciones que estén, ellos siempre serán nuestros padres, abuelos, y educadores de toda la vida, y es un horror que se los trate como si fuesen estúpidos por el simple hecho de que tienen más edad que nosotros. Siguiendo esa lógica, si un jubilado es más incapaz que un adulto, un adulto es más incapaz que un niño. ¡Que gobiernen los niños, entonces!

Tenemos que sacar el estereotipo del “abuelo que no sabe nada”, “que no entiende nada”, “que no sabe lo que dice”. En primer lugar porque sí, ellos saben lo que dicen y hacen. ¿Y saben por qué más? Porque algún día nosotros vamos a estar de ese lado.

Pero shh, que quede entre nosotros.

El ciudadano en las crisis

Es lunes. Un ciudadano enciende el televisor para ver las noticias, y observa con atención los titulares que aparecen en pantalla: inflación, enriquecimiento ilícito, protestas, falta de empleo, pobreza; todo aquello como resultado de la radiografía de su país. Se preocupa, claro que sí, porque él es un buen ciudadano y no quiere presenciar el hundimiento de su país. Sin embargo, para sus adentros, sonríe.

En la actualidad, hay una tendencia a ver noticias desesperanzadoras con un tinte esperanzador. Los tópicos más negativos, como los mencionados en el párrafo de arriba, se revisten de optimismo cuando el espectador presiente que a partir de esos deslices gubernamentales el régimen no durará mucho tiempo en el poder, que caerá en las próximas elecciones o que sucumbirá ante una manifestación masiva, que los ciudadanos que ven todo perfecto se darán cuenta de lo que realmente sucede en el país, y que el reino infernal de los gobernantes corruptos podría cesar en cualquier momento. No obstante, esa pequeña alegría al ver cómo nuestro país se hunde ante un gobierno no nos deja ver lo elemental: básicamente, que nuestro país se está destruyendo. Más allá del régimen que esté presente, más allá del estar de acuerdo con sus políticas o no, hay una situación de crisis que nos está marcando, que puede afectar a las generaciones presentes y futuras. Que haya inflación y que los sueldos no alcancen, que más familias se vean desprovistas de  sus necesidades básicas, que la mayoría de la gente no pueda conseguir trabajo no es digno de festejo.

La gente espera el milagro. El lema “que se vayan todos”, que ya se escuchó en su momento, vuelve a sentirse en las calles de varios países como esa sirena que suena en momentos de catástrofe. Pero, ¿está seguro de querer aquello a cualquier precio? Muchos países en el mundo recibieron sus “milagros” cuando sus gobiernos fueron derrocados, y las cicatrices que dejaron fueron (y son) irreparables.

La memoria y el discernimiento del ciudadano, hoy en día, están en crisis: lo que es negativo se convierte en positivo, el derrocamiento se vuelve milagro, la enfermedad se torna cura, la democracia se traduce en un solo y único gobierno, la violencia y la intolerancia se transforman en el lema de la nación. Sí, el ciudadano (cuando ve una noticia), para sus adentros, sonríe, pero muy en el fondo de su corazón, llora.

Pero shh, que quede entre nosotros.